Escribir me emociona. Es como abrir una ventana al exterior, en tu propio cuerpo, para expresar y dejar escapar esas porciones de vidas ajenas creadas de manera ficticia, con todo un cúmulo de sentimientos envolviendo cada escena, con un mensaje subliminal que transmitir y, tal vez, con la inquietud personal de abrir los ojos o reorientar la perspectiva visual, con respecto a algún tema, de aquel que te leerá. Entrar en la mente de los personajes, pensar como ellos, sentir como ellos, vivir como ellos para poder darles voz crea adicción. Hasta el punto de que aquello que comenzó como una mera afición, termina por convertirse en una necesidad. La que siento ahora.
Pero si las emociones crecen, si esa dependencia hacia la escritura crece, también lo hacen los miedos. Bonita inocencia la que nos acompaña al inicio del camino. Bonita ignorancia que nos permite dar pasos hacia adelante sin temor, sin el miedo de quienes ya conocen lo que les acecha al avanzar. Porque siendo "niños" no ha lugar a pensar en los sinsabores, en los desengaños, en las promesas incumplidas, en la impotencia de tener que sortear obstáculos ajenos a la verdadera razón de ser de lo literario, en los intereses, en las envidias, en las injusticias... Partimos con el raciocinio y la plena conciencia de que serán nuestras limitaciones propias, nuestro proceso de aprendizaje, nuestra propia inspiración, nuestro saber hacer, nuestra capacidad de trabajo, nuestra constancia, nuestro empeño por perfeccionarnos, nuestros conocimientos literarios o narrativos los que nos marcarán el camino y el ritmo de nuestro avance, ignorando la primacía real de todo lo demás. Lo cual termina manchando el disfrute y el placer por contar historias si no eres capaz de tomar distancia de vez en cuando para volver al origen, para volver a ser consciente de que por mucho que guste vender (que te lean), escribir sigue siendo la parte más placentera de todo el proceso.
Nunca me cansaré de decir que la publicación de mis relatos la viví como una experiencia sublime que muy probablemente no se repetirá; mi mente era una tábula rasa, ajena a los entresijos del mundillo literario. Tras ellos vino "Los colores de una vida gris", mi primera novela, autoeditada, mi prueba de fuego, la obra más compleja de las tres escritas hasta el momento. Con ella viví la experiencia de Amazon y el ser dueña y señora de todas las decisiones que acompañaron a su nacimiento, puesta de largo y difusión pública. Y por último, "¿A qué llamas tú amor?", una obra menos compleja a nivel estructural, pero complicada y profunda en cuanto al fondo y, probablemente, la mejor escrita de las tres. Con ella he podido conocer más de cerca los aspectos de la edición convencional, aquella en la que se le ceden los derechos a una editorial para que la difunda, la distribuya y la venda.
Mi vida "literaria" comenzó en marzo de 2011. Tan solo han pasado cinco años, que a mí me parecen diez por su intensidad, por sus vivencias, pero sobre todo, por la experiencia, por los conocimientos y por todas las sensaciones recogidas e impresas dentro de mí a lo largo de ese tiempo. Y ahora, tras más de un año sin poder abordar proyecto alguno, he comenzado a poner las primeras piedras del siguiente, pero con un sentimiento muy distinto: el de satisfacer mi propia urgencia y mi propia necesidad de escribir, acompañadas por el desencanto ante la idea de publicar.
Las malas lenguas dicen que habla así -y que siente así- quien no ha podido alcanzar el éxito por falta de capacitación :)
No lo voy a discutir. El tiempo o, quién sabe qué, me lo dirá.
Ahora quiero disfrutar.