12 may 2014

CONFESIONES EN VOZ ALTA.

   Me gusta controlar mi vida y lo que sucede en ella, elegir el cuándo y el cómo quiero que ocurra, hacerlo rodar a mi ritmo, aceptar la ayuda de los demás y agradecerla, pero siendo yo la que tome la última decisión. Me gusta planificar al detalle las empresas importantes que decido abordar en la vida y dejar un punto de locura improvisada a las causas menores que no condicionarán mi futuro en ningún sentido. Me gusta aprovechar el tiempo al máximo, encajarlo todo como un puzle para sacarle el mayor partido y detesto que me rompan los esquemas inútilmente. Me gusta la autonomía, la independencia, aunque el trabajo en equipo también me agrade en ciertas ocasiones, siempre y cuando las decisiones del mismo se tomen de forma consensuada y guiadas por intereses comunes. Me gusta ayudar sin esperar nada a cambio, pero detesto que se aprovechen de mí como si fuera un objeto al uso sin corazón. Acepto mis propios fracasos, pero no soporto la impotencia que me producen los mismos cuando estos se deben a la falta de una implicación ajena de la que dependo, por mucho que la comprenda.

   Sin embargo, he aprendido que hay cosas que ocurren cuando tienen que ocurrir, no cuando nosotros lo deseamos. Que suceden en función de las circunstancias y no en función de nuestra forma de ser y de actuar. Que hay situaciones sobrevenidas de cierta entidad que salen mejor cuando no las esperamos, cuando hemos dejado de planificarlas con tantísimo detalle. Que a veces se puede llegar a agradecer que alguna improvisación rompa esa cuadriculación perfecta de la mente, porque puede aportarnos relax suficiente para seguir trabajando después con más fuerzas. Que delegar en los demás y dejarnos llevar también puede ser una fuente de respiro al eximirnos a nosotros mismos de la responsabilidad completa del resultado final. Que no todo depende de nosotros, sino también de nuestras circunstancias, y que éstas pueden condicionarnos en mucha mayor medida de la deseada. Que cualquier persona o cualquier cosa puede dar un vuelco a nuestros proyectos en cualquier momento, para bien o para mal, y que debemos estar preparados para disfrutarlo o para capearlo como una mala tormenta sin dejarnos desmoronar.  

   Me resisto a dejar de ser como soy. Pero intento no obcecarme en ello y aprender día a día el funcionamiento de esta vida y, sobre todo, de la sociedad en cuyo seno nos ha tocado vivir.

   Equilibrio entre ambas cosas, esa es la clave a buscar. Y paciencia. Aunque me consta que de esta –en el fondo, en el fondo- tengo bastante más de lo que parece.

   ¡¡Buenos días y feliz lunes!! 

2 comentarios:

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